Queremos comprobar si alguien es de fiar. Para ello le imponemos normas férreas y no le quitamos la vista de encima. Esto le incomoda y le estresa, perjudica su actividad y hace que cometa fallos. Por tanto, se acaba demostrando que no se podía confiar en esa persona y que hay que aumentar más el control. La desconfianza se alimenta a sí misma.
El control fuera de control hace descarrilar e invita a saltarse el control, a hacer que el mundo oficial y el mundo real acaben siendo mundos en paralelo.
Tarjetas digitales en los controles de entrada y salida, cámaras de vídeo, GPS, supervisores y más controladores; quizás no sea el caso de la mayoría de nosotros, pero algunos trabajan con un control exagerado de su labor. Irracional gasto para las empresas que lo adoptan, porque ignoran que lo único que logran es que los trabajadores tengan en mente “el control” antes que las tareas para lo que fueron contratados.
Hace unos días observamos un “cuadro de mando” que media detalladamente la labor de los operadores que realizan visitas a domicilios. Además, al contar estos trabajadores con dispositivos móviles, se podría detectar en cualquier momento su ubicación vía el GPS. Una “maravilla tecnológica” a la que no encontraba mucha lógica, dado que este personal que estaba siendo “controlado” era subcontratado a través de varias empresas, las cuales no tenían más cinco operadores.
Llegar a este nivel de detalle en la medición del negocio resulta poco útil y rentable, lo único que conseguiremos será “quemar” a los trabajadores y perder el enfoque en lo que es realmente importante para el negocio: comprometer y alinear a los trabajadores con los objetivos estratégicos de la empresa.